La historia de Judy
Hace tres años me estaba muriendo, tenía solo unos meses de vida. El cáncer de mama había regresado y la lucha ya casi había terminado. Pasé todo el tiempo que pude con mis amigos y familiares. No tenía más cosas previstas para hacer antes de morir, y mi intención era acurrucarme con mis gatos y leer libros o ver televisión hasta el final. Pero tuve una última oportunidad para ganar la batalla y la aproveché.
Cuando me diagnosticaron en 2013 fue un golpe duro. El cáncer de mama metastásico (o estadio IV) es «tratable, pero no curable». Por razones obvias, me sentía muy motivada a aprender todo lo que pudiera sobre la enfermedad. Llamé a mi prima, defensora de pacientes durante muchos años, para pedirle consejo. Me dijo que fuera a un centro oncológico integral e intentara participar en ensayos clínicos.
Dos años después, más de diez tratamientos no me habían funcionado. Había probado tratamientos hormonales y quimioterapias; incluso había estado en un ensayo clínico de Lucitanib, un inhibidor de FGFR1. Había visto que mis tumores se esfumaban, pero también mis plaquetas, y medio que son necesarias. Tuvimos que reducir la dosis hasta el punto en que resultaba ineficaz. Aún así, había visto algo de magia; me había dado algo de tiempo. Fue entonces que conocí a la Dra. Stephanie Goff, que es una de las investigadoras del equipo del Dr. Steve Rosenberg en el Instituto Nacional del Cáncer. En una capacitación sobre defensa de pacientes, Proyecto LEAD, patrocinada por la Coalición Nacional contra el Cáncer de Mama, me habló de su ensayo clínico. Más importante aún, me dijo que podría funcionar.
Unas semanas más tarde, llegué a los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda, Maryland. El ensayo era de «Inmunoterapia con linfocitos infiltrantes de tumor» (LIT). Suena complicado, pero es así como funciona. Dentro de mis tumores había linfocitos T con receptores de antígenos específicos que eran capaces de reconocer las mutaciones del cáncer. Sin embargo, el cáncer pudo engañar a mi sistema inmunitario, evadió su detección y evitó que esos linfocitos T se multiplicaran y atacaran. El equipo del Dr. Steve Rosenberg desarrolló un tratamiento que muchas veces es capaz de superar esa resistencia. Han tenido buena suerte en el tratamiento de pacientes con melanoma y pacientes con tipos de cáncer de sangre, como la leucemia y el linfoma. Se cree que estos tumores «calientes» responden mejor al tratamiento con linfocitos T infiltrantes del tumor (LIT) porque tienen más mutaciones, más blancos para ser atacados por el sistema inmunitario. En mi ensayo, en particular, el equipo está tratando de ampliar el tratamiento a pacientes con tumores «fríos», cánceres epiteliales con frecuencias de mutación más bajas. Para poder participar en este ensayo hay que tener al menos dos tumores, uno que se pueda extirpar (para obtener los linfocitos T infiltrantes del tumor) y otro que se pueda observar para ver si el tratamiento está funcionando.
Los pacientes con cáncer de mama a menudo tenemos metástasis óseas. Para cuando tenemos tumores que se pueden extirpar quirúrgicamente, muchas veces el cáncer se ha diseminado al hígado o los pulmones y estamos demasiado enfermas para soportar el tratamiento. Algunos pacientes tienen metástasis cerebral y tampoco pueden participar en el ensayo. Debido a esas dificultades, fui la primera paciente con cáncer de mama que recibió tratamiento. Era una buena candidata porque tenía un tumor de fácil acceso en la mama derecha y seguía estando bastante sana. En agosto de 2015, la Dra. Goff extirpó ese tumor. Nikos Zacharakis, el hombre tras bambalinas en el laboratorio, aisló los linfocitos T de mi tumor y los nutrió con partes del tumor para identificar las células que lo atacarían. Al dedicarse a identificar los LIT reactivos, Nikos produjo «LIT selectivos», un tratamiento sumamente personalizado. Esto es en oposición a los «LIT a granel», tratamiento que se utiliza para pacientes con tumores «calientes». Nikos luego hizo crecer estos linfocitos y llenó una bolsa de infusión intravenosa con 81 mil millones de ellos.
Por desgracia, le llevó cuatro meses completar su trabajo en el laboratorio y, entre mi cirugía (en agosto) y el momento en que mis células estuvieron listas (en diciembre), yo había empezado a caer en un abismo. Como participante del ensayo se me pidió un período de reposo farmacológico y que suspendiera todos los demás tratamientos durante un mes antes de la cirugía y otro mes antes de recibir los linfocitos. El tratamiento habitual temporal que recibí ese otoño fue apenas eficaz. Por ello, cuando llegué a los NIH tenía mucho dolor. Los tumores se habían diseminado por todo el hígado. Comprendí que las probabilidades de que este tratamiento funcionara eran de menos del 15 % (lo que no era bueno) y estaba haciendo todo lo posible para prepararme para un desenlace triste pero probable.
Llegué cojeando a la clínica de los NIH en diciembre de 2015 y estuve allí casi un mes. Antes de recibir los linfocitos, me administraron quimioterapia en dosis altas para desactivar temporalmente mi sistema inmunitario. Recibí siete dosis de interleucina-2 (IL-2) como parte del tratamiento posterior. La IL-2 es parte del proceso de expansión de las células. El equipo intenta infundir la mayor cantidad de IL-2 posible para lograr que esas células «se sientan como en casa». Recibí siete dosis de IL-2. La primera dosis me provocó temblores incontrolables, o escalofríos, que fueron inesperados. Por suerte las enfermeras respondieron rápidamente no bien les avisaron. Me las arreglé para adelantarme a los temblores en las siguientes dosis. Pero después de recibir toda la IL-2, me sentí aletargada, abatida y débil. Tuve que esperar unos diez días para que mi médula ósea regenerara los glóbulos blancos. A pesar de sentirme indispuesta, incluso antes de dejar la clínica tenía una luz de esperanza. Por un tumor testigo en la parte superior izquierda del pecho, sabía que mis tumores se estaban reduciendo. Al principio, no sabía si era por los LIT o simplemente por las altas dosis de quimio. Pero los tumores se siguieron reduciendo y poco después dejé de tomar los analgésicos.
Unas semanas más tarde recuperé la energía. En abril volví a recorrer como mochilera el sendero de los Apalaches, y en marzo de 2018 circunnavegué Florida en kayak, una distancia de 1200 millas. Pude volver a disfrutar de las aventuras. Le pregunté a la responsable principal de mi atención, la Dra. Kasia Trebska-McGowan, por qué pensaban que el tratamiento había funcionado. Me dijo que las dos mutaciones particulares que reconocieron mis linfocitos T fueron KIAA0368 y SLC3A2. En su experiencia, tanto con el melanoma como con el cáncer distinto del melanoma, la mayoría de los linfocitos T reconocen antígenos excepcionales, muchos de los cuales no están bien descritos. Rara vez encuentran linfocitos T que reconocen el mismo antígeno dos veces, con la excepción de algunas conocidas mutaciones de genes en «puntos calientes» (pero incluso estas son poco comunes porque, aún cuando algunos pacientes tuvieran mutaciones del gen K-RAS, por ejemplo, que se observan a menudo en el cáncer de colon o de páncreas, muchas veces no tienen sus propios linfocitos T que las reconozcan). El KIAA0368 es un gen que influye en la producción o procesamiento de las proteínas. El SLC3A2 es un gen que codifica una proteína que transporta cosas hacia adentro y hacia afuera de las células. Ninguno de ellos se ha descrito específicamente en el cáncer de mama.
En mayo de 2016, por primera vez la exploración por imágenes resultó «limpia». Mi cáncer desapareció y desde entonces he estado en remisión. El equipo del Dr. Francis Collins, director de los NIH, declaró ante el subcomité del Congreso que aparentemente estoy curada. Si bien los investigadores no usan esa palabra con «C» sino que hablan de que estoy en una «remisión tumoral duradera», yo creo que estoy «curada» porque Steve Rosenberg ha tratado a pacientes con este método durante más de una década. Quienes tuvimos la suerte de responder al tratamiento no hemos recaído. Desde que fui paciente me he involucrado más en la defensa del paciente. Entiendo que uno de los desafíos que enfrentamos con los nuevos tratamientos es la incorporación de pacientes a los ensayos clínicos. Durante mi lucha contra el cáncer tuve una experiencia interesante con mi primer oncólogo, quien me desaconsejó que participara en ensayos clínicos. Me dijo: «¿Sabes cuánto dinero ganan contigo?». Me sorprendió que un oncólogo experimentado tuviera una opinión tan necia. Lo volví a ver después de haberme curado contra todo pronóstico, y creo que mis resultados hicieron que viera los ensayos clínicos desde otra perspectiva. Pero está claro que si este pensamiento está generalizado entre los oncólogos locales es una gran barrera tanto para los pacientes, que quedarán sin saber si los ensayos clínicos pueden ser una opción para ellos, como para los investigadores que intentan atraer pacientes a los ensayos.
Por último, muchas veces me piden consejos para los pacientes que se enfrentan a un diagnóstico de cáncer en estadio IV. Recomiendo lo siguiente: 1. Buscar una segunda opinión. 2. Aprender todo lo posible sobre su enfermedad específica. 3. Recibir tratamiento en un centro oncológico integral (si es posible). 4. Investigar sobre ensayos clínicos para ver si ofrecen opciones de tratamiento. 5. Ser un paciente proactivo y comprometido.