Immune to Cancer: The CRI Blog

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El mejor amigo del hombre podría ayudarnos a curar el cáncer

No animals today are as intertwined with humans as dogs. Since the domestication of their wolf ancestors over 10,000 years ago, our canine companions have grown to become intimate parts of our lives and our families. As any dog owner will assure you, they share our joys, our sorrows, and seemingly even our thoughts.

Another thing we share, unfortunately, is cancer.

Hoy en día, ningún animal está tan estrechamente vinculado con el ser humano como el perro. Desde la domesticación de sus ancestros lobos hace más de 10 000 años, nuestros amigos caninos han evolucionado hasta convertirse en parte de nuestras vidas y familias. Como cualquier persona que tenga un perro lo confirmará, ellos comparten nuestras alegrías, tristezas y, al parecer, hasta nuestros pensamientos.

También compartimos, desafortunadamente, el cáncer.

En los Estados Unidos, el cáncer se cobra una de cada cuatro vidas humanas cada año y es la principal causa de muerte en perros domésticos. Sin embargo, como algunos de nuestros tipos de cáncer son similares, los tratamientos que dan resultado en humanos a veces funcionan también en perros, y viceversa: la cura para unos pueden significar la cura para ambos.

Teniendo esto presente, la directora adjunta del Consejo Asesor Científico del CRI Ellen Puré, Ph. D., de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Pensilvania, contribuyó a crear el Penn Vet Cancer Center en 2016. Bajo la dirección de Puré, el centro tiene como objetivo desarrollar, a partir de descubrimientos básicos, formas más efectivas de tratar e incluso prevenir el cáncer en todas las especies.

Para analizar la mejor manera de lograrlo, expertos en oncología humana y veterinaria de todo el país se reunieron el mes pasado en Filadelfia en el simposio inaugural del Penn Vet Cancer Center.

El gran alcance de los esfuerzos realizados ha dado muchas esperanzas para el futuro. Además de los tratamientos de vanguardia, se puso mucho énfasis en maximizar los beneficios de la relación entre la investigación básica y la aplicación clínica.

Por lo tanto, si bien se puso de relieve el valor de los tratamientos contra el cáncer desarrollados recientemente, quizás lo más alentador del simposio fueron las ideas ambiciosas sobre cómo se pueden trasladar los avances de una especie a otra con mayor fiabilidad, así como seguir innovando a largo plazo para continuar con los avances para ambas especies en el futuro próximo.

«Nos parecemos mucho más a nuestro perro que a un ratón»

Básicamente todos los avances que han ayudado a los pacientes con cáncer durante las últimas décadas fueron posibles gracias al estudio del cáncer en animales, y los ratones siguen siendo la principal forma de evaluar los nuevos tratamientos para humanos.

No obstante, como han señalado los expertos, en las últimas décadas hemos aprendido mucho más sobre el cáncer y ahora sabemos que estudiar el cáncer espontáneo en perros ofrece varias ventajas en comparación con los ratones. Ante todo, los ratones no contraen cáncer como nosotros. De hecho, muchas veces los tumores se inducen artificialmente en el laboratorio. Otras veces, se transforma («humaniza») a los ratones para tratar de replicar mejor los tipos de cáncer humano.

Por el contrario, los perros y los seres humanos contraen cáncer de forma natural. En comparación con los ratones, cuyos tumores se desarrollan en cuestión de días, muchos de los tipos de cáncer en humanos se desarrollan durante un período de años, acumulando gradualmente las mutaciones necesarias para tornarse malignos.

Uno de los pioneros en el estudio de los tipos de cáncer que surgen de manera espontánea en animales, como los perros y los gatos, fue el primer director científico y médico del CRI, el Dr. Lloyd J. Old, quien en 1975 ayudó a crear la Donaldson-Atwood Cancer Clinic del Animal Medical Center (AMC) de la ciudad de Nueva York. 

Tal como señaló Nicola J. Mason, Ph. D., profesora adjunta de Medicina y Patobiología de Penn Vet: «Desde el punto de vista genético, nos parecemos mucho más a nuestro perro que al ratón que está en la jaula del laboratorio. En lo que realmente se diferencian los perros de los ratones es en la forma en que producen los tumores y reaccionan a los tratamientos, que es muy parecida a la de las personas». (NOTA: A ningún perro se le introduce el cáncer de forma experimental; todos los estudios se realizan con perros que han contraído cáncer naturalmente y se los considera «pacientes»).

Dr Nicola Mason with patient dog

La singular ascendencia de los perros aporta otra ventaja a la hora de combatir el cáncer. Si bien todos los perros son de la misma especie, la reproducción selectiva ha producido una amplia variedad de razas: hoy se reconocen más de 400. Cada una tiene su propio conjunto particular de genes y debido a que el cáncer es, en esencia, una enfermedad genética, las distintas razas están predispuestas a desarrollar diferentes tipos de cáncer.

Es más probable que el linfoma afecte a los golden retrievers, mientras que el glioma, un tipo de cáncer cerebral, es más prominente en los Boston terriers, boxers y bulldogs. El tipo de cáncer llamado carcinoma de células escamosas se presenta con más frecuencia en los caniches estándar, pero solo en aquellos con pelaje negro.

Dog Diversity

Descifrar estos vínculos puede permitirle a los investigadores, a partir de enfermedades muy complejas, comenzar a analizar la manera en que cada gen contribuye a los distintos tipos de cáncer, según Elaine Ostrander, Ph. D., directora del Departamento de Genética del Cáncer y Genómica Comparada de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), y directora del Dog Genome Project (Proyecto genoma canino).

Por ejemplo, Ostrander descubrió que el 85% de los perros con cáncer de vejiga invasivo (un tipo de cáncer que los Scotties, Westies y Shelties tienen veinte veces más probabilidades de desarrollar en comparación con otras razas), presentaba una mutación en un gen llamado BRAF, la misma mutación que se ve con mucha frecuencia en los tumores humanos.

De este modo, el hecho de conocer más sobre la mutación del gen BRAF y cómo tratar sus efectos en los perros, también podría permitir la formulación de estrategias útiles para los humanos. «De repente, tenemos un nuevo sistema en el que estudiar una vieja tendencia», señaló Ostrander.

«Es inaceptable que no tengamos mejores tratamientos».

El osteosarcoma es un tipo agresivo de cáncer de huesos que afecta tanto a niños como a las razas de perros grandes, como el gran danés y el pastor alemán. «Es realmente sorprendente el parecido de la enfermedad en la población canina y en los niños», dijo la Dra. Kristy L. Weber, directora del Penn Sarcoma Program.

Desafortunadamente, las opciones de tratamiento (amputación, quimioterapia, radioterapia) son abismales, en especial cuando la enfermedad hizo metástasis o se extendió a otros órganos.

«Es inaceptable que no tengamos mejores tratamientos —continuó diciendo Weber—. Hemos estado combatiendo el osteosarcoma durante mucho tiempo. Contamos con la quimioterapia desde 1990, la misma quimioterapia que se está usando ahora. No hemos avanzado nada».

Por fortuna, hay un tipo de inmunoterapia (una clase relativamente nueva de tratamientos que utilizan el sistema inmunitario) que ha demostrado ser prometedora contra la enfermedad en perros y podría ayudar también a los humanos.

En este caso, la inmunoterapia desarrollada por Yvonne J. Paterson, Ph. D., de la Universidad de Pensilvania, y con financiación del Cancer Research Institute (CRI), consiste en bacterias genéticamente modificadas y aprovecha el hecho de que cerca de la mitad de todos los osteosarcomas tienen niveles anormalmente elevados de una proteína llamada HER2, que también se relaciona con los cánceres de mama, estómago y ovarios en humanos.

En 2012, un viejo pastor inglés llamado Dexter (en la foto, abajo) fue uno de los primeros perros tratados con este nuevo método (además de quimioterapia y amputación), en un ensayo clínico de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Pensilvania, dirigido por Mason. Al inyectarle a Dexter la bacteria HER2-positiva, los médicos le enseñaron a su sistema inmunitario a buscar y destruir cualquier cosa que se pareciera a la bacteria, incluidas las células tumorales HER2-positivas.

Dog Dexter

Más de cinco años después de haber recibido esta inmunoterapia, Dexter está vivo y sin cáncer.

A medida que avanzaba el ensayo, los beneficios de la inmunoterapia se hicieron evidentes. Los perros a los que se les aplicó tenían más del doble de probabilidades de sobrevivir al menos dos años, en comparación con los que solo recibieron el tratamiento estándar. Si bien históricamente solo el 28 % de los perros con osteosarcoma han sobrevivido al menos dos años, el 67 % de los tratados con esta inmunoterapia alcanzaron esa marca.

Sobre la base de los notables resultados obtenidos en perros, se están realizando ensayos clínicos para determinar si la inmunoterapia funcionará para tratar el osteosarcoma en niños, quienes siguen teniendo pocas opciones prometedoras.

«No creo que haya vuelta atrás»

Hace más de 100 años, el Dr. William B. Coley demostró por primera vez los beneficios de la inmunoterapia para tratar el cáncer, casualmente también mediante el empleo de bacterias en seres humanos con sarcoma. Sin embargo, con la llegada de la quimioterapia y la radioterapia, la inmunoterapia quedó casi olvidada y dejó de formar parte de la medicina convencional.

«Es un campo que comenzó a fines de la década de 1890 y luego fue ‘desacreditado’», señaló Puré.

Recién en las últimas décadas, cuando la tecnología le permitió a los científicos comprender finalmente la complejidad del sistema inmunitario, resultó evidente el increíble poder de la inmunoterapia para el tratamiento del cáncer «[gracias al] Cancer Research Institute que apoyó este campo cuando nadie más lo hizo», dijo Puré.

«La inmunoterapia contra el cáncer fue un concepto cuestionado hasta hace unos 10 o 15 años —agregó el Dr. Robert H. Vonderheide, D. Phil., director del Centro Oncológico Abramson de la Universidad de Pensilvania, quien también forma parte del Consejo Asesor Científico del CRI junto con Puré—. La gente pensaba que realmente no había interacción entre el cáncer y el sistema inmunitario, pero ahora sabemos que esa interacción efectivamente existe».

«No creo que haya vuelta atrás», señaló Puré.

Últimamente se ha hablado mucho de las células CAR T, células inmunitarias llamadas así por los receptores de antígenos quiméricos personalizados que contienen, que mejoran su capacidad de atacar y eliminar las células cancerosas.

En los últimos meses se aprobaron las primeras dos versiones de estos «fármacos vivos» sintéticos para el tratamiento de la leucemia y del linfoma, tras observarse respuestas en más de cuatro de cada cinco pacientes tratados. Con el impulso del éxito de la inmunoterapia con células CAR T en humanos, el centro de oncología veterinaria de la Universidad de Pensilvania, el Vet Cancer Center, puso recientemente en marcha el primer ensayo clínico canino que utiliza este método en perros con linfoma. El boxer Harley de la foto fue uno de los primeros perros en recibir el tratamiento.

Harley the Boxer

Varios tratamientos modernos de inmunoterapia han resultado particularmente eficaces en pacientes humanos. En general, el tipo de inmunoterapia más utilizada son los inhibidores de puntos de control (o bloqueo de puntos de control). Estas inmunoterapias de puntos de control evitan que las células T que se dirigen a los tumores se «agoten», permitiéndoles continuar con su actividad de eliminar el tumor. Ya cuentan con la aprobación de la FDA para el tratamiento de diez tipos diferentes de cáncer, y pueden usarse para tratar cualquier tumor sólido con inestabilidad genómica.

Curiosamente, antes de la aprobación de los puntos de control o células CAR T, uno de los primeros hitos clínicos de la inmunoterapia contra el cáncer se dio en perros. En 1999, el Dr. Jedd D. Wolchok, Ph. D., jefe del Servicio de Melanoma e Inmunoterapia del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, recibió el apoyo del CRI para investigar una vacuna para humanos con melanoma.

Pero como el ensayo se estancó por motivos logísticos, Wolchok pensó que el tratamiento de perros con melanoma podría ser una buena forma de promover el avance de la ciencia y facilitar la aprobación de las autoridades. Para ello, junto con el médico veterinario Philip Bergman, Ph. D., DACVIM, de la clínica oncológica Donaldson-Atwood Cancer Clinic, puso en marcha un ensayo clínico en perros.

De 2000 a 2007 trataron a unos 500 perros, después de la cirugía, con la vacuna basada en ADN dirigida a la proteína tirosinasa. Descubrieron que la vacuna aumentaba significativamente la supervivencia en comparación con la cirugía sola. En 2010, la vacuna que ahora se conoce como ONCEPTTM se convirtió en la primera vacuna contra el cáncer aprobada en los Estados Unidos.

Además de servir para el tratamiento de perros, ayudó también a promover una opinión favorable de la inmunoterapia como tratamiento en seres humanos. Meses después se aprobó una vacuna de inmunoterapia para su uso en personas con cáncer de próstata. Según Wolchok, «no hay duda de que el éxito de los ensayos con animales hizo mucho para acelerar el proceso de aprobación de los ensayos en humanos».

«¿Qué sucede si no hay células T?»

A pesar de este éxito, la inmunoterapia aún no funciona tan bien como quisiéramos. No es eficaz contra todos los tipos de cáncer ni para todos los pacientes con tipos de cáncer que responden a la inmunoterapia. Más que sustituir a la cirugía, la quimioterapia y la radioterapia, está claro que lo que resultará más eficaz es la combinación de inmunoterapias con estos tratamientos tradicionales, de forma complementaria.

«Lo que estamos empezando a entender —continuó Vonderheide— es que los pacientes que responden al bloqueo de puntos de control son los que han formado esta respuesta de las células T. Las células T [que combaten el cáncer] están allí, listas para funcionar, pero están agotadas. Les damos puntos de control y obtenemos un resultado. Pero, ¿qué sucede si no hay células T?»

Esa pregunta es particularmente relevante para una persona cuya especialidad es el tratamiento del cáncer de páncreas, que tiene la capacidad de no dejar entrar las células T y, como resultado, de resistir la inmunoterapia.

La solución de Vonderheide implica apuntar a la vía CD40, que se encuentra en células inmunitarias especializadas que instrumentan las respuestas inmunitarias generales y les dicen a las células T (los «soldados de a pie») qué deben atacar. Se pensó que, al activar la vía CD40 en presencia de cáncer, se podría generar una respuesta de células T contra los tumores.

Aunque en ratones parecía prometedor, Vonderheide aún no estaba seguro de cómo podría aplicarse este método en humanos debido a la naturaleza de este tipo de medicamento. Los fármacos diseñados para activar determinadas vías, como la CD40, se denominan agonistas y son muy diferentes de los fármacos diseñados para bloquear la actividad de determinadas vías. «Son los típicos fármacos de medicina. No tenemos tantos agonistas».

Tras enterarse por un miembro de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Pensilvania sobre otra oportunidad de estudiar su tratamiento en perros con linfoma, comenzó a colaborar con Mason y con la médica veterinaria Karin U. Sorenmo en un ensayo clínico en perros.

«[En el ensayo clínico canino] aprendimos que realmente existe la capacidad de aprovechar la vía CD40. Esa fue la primera prueba de que había que seguir adelante», explicó Vonderheide.

Hoy dirige un ensayo clínico de cáncer de páncreas para probar en seres humanos este tratamiento basado en la vía CD40, en combinación con quimioterapia e inmunoterapia de puntos de control. «Esto no habría sido posible sin el CRI, que realmente nos brindó lo necesario para comenzar el estudio». Si bien el ensayo recién comenzó el año pasado, según Vonderheide los primeros resultados son bastante prometedores.

«El primero fue un error, y el segundo fue el ensayo clínico correcto»

La inmunoterapia se basa en la capacidad del sistema inmunitario de combatir el cáncer, pero muchas veces los tumores reclutan algunos tipos de células inmunitarias y las manipulan para que los protejan. Algunos, incluso, parecen promover el crecimiento tumoral metastásico responsable de la mayoría de las muertes relacionadas con el cáncer. En consecuencia, evitar la captación de esas células podría interrumpir una de las maniobras más peligrosas del cáncer.

«Sabemos que [estas células inmunitarias protumorales] expresan el receptor CCR2 que es, efectivamente, el principal receptor que utilizan para migrar», explicó el médico veterinario Steven Dow, Ph. D., director del Laboratorio de Medicina Inmunológica y Regenerativa de la Universidad Estatal de Colorado.

El único problema era que no había ningún medicamento en el mercado que se supiera que bloqueara la vía CCR2. Si bien Dow podría haber invertido su energía en desarrollar un nuevo fármaco desde cero, tenía una idea mejor. «Volvimos al principio».

El equipo de Dow utilizó modelos informáticos para predecir si algún fármaco ya aprobado podía ser un buen candidato. «Uno de los fármacos inéditos en ese momento fue [un medicamento llamado Losartan] que se usa para la hipertensión», o presión arterial elevada.

Tras demostrar que este fármaco para la hipertensión podría bloquear la captación de estas células en ratones, Dow decidió dar un paso más y añadió un segundo fármaco de inmunoterapia. Al apuntar a más células inmunitarias que defienden el cáncer mediante la supresión de las células T, que de otro modo atacarían a los tumores, se esperaba que este doble golpe mejorara significativamente los resultados.

Los dos fármacos administrados en conjunto detuvieron significativamente el crecimiento de la metástasis tumoral y mejoraron la supervivencia en ratones. Luego, iniciaron dos ensayos clínicos para perros con osteosarcoma. «El primero fue un error, y el segundo fue el ensayo clínico correcto».

Uno de los aspectos más importantes de los ensayos clínicos que evalúan nuevos medicamentos es la administración. Al principio, el equipo de Dow administró el fármaco dirigido a la vía CCR2 en la misma dosis que se usa para tratar la presión arterial elevada, pero no dio resultado.

Entonces, en el segundo ensayo aumentaron la dosis (a diez veces la cantidad original) y observaron resultados muy alentadores con «varias respuestas firmes y duraderas». En líneas generales, la mitad de los perros respondieron al tratamiento combinado y en más de uno de cada tres se redujeron los tumores. Es importante destacar que esta dosis más alta tampoco pareció provocar una presión arterial baja en ninguno de los pacientes caninos.

Ahora, además de aplicar este enfoque en una etapa más temprana del tratamiento para prevenir metástasis en primer lugar, se está trabajando para aplicar este tratamiento en pacientes humanos.

«Para nosotros ha sido un proceso muy gratificante el poder usar el modelo del perro para validar este método; —señaló Dow— el diseño del ensayo en humanos se ha visto impulsado por los resultados del estudio clínico en perros, por lo que tenemos la esperanza de poder comenzar con este ensayo el próximo año».

«…para que nunca sea una verdadera enfermedad»

Aproximadamente a la mitad de los hombres y a una de cada tres mujeres en los Estados Unidos se les diagnosticará cáncer en algún momento de sus vidas. Las tasas de supervivencia varían según el tipo de cáncer, pero un dato se mantiene constante: cuanto antes se detecte y trate el cáncer, mayores son las posibilidades de que el tratamiento sea eficaz.

Lamentablemente, en muchos tipos de cáncer los síntomas no aparecen hasta que el tumor ya se encuentra avanzado. En ese caso, eliminarlo suele ser una ardua batalla. Entonces, ¿no sería fantástico si tuviéramos una forma simple y confiable de detectar el cáncer tan pronto como comience a formarse?

Es posible que esto pueda lograrse en un futuro próximo.

«La mayoría de los tumores liberan células a la circulación y es posible detectar esas células», señaló el médico veterinario Jaime Modiano, Ph. D., de la cátedra Perlman de oncología y medicina comparada de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Minnesota. Además, «hay datos que indican que algunas de estas células pueden ser responsables de la progresión del tumor y la metástasis».

En su esfuerzo por desarrollar un método para la detección temprana de estas células tumorales circulantes, Modiano ha trabajado con un cáncer canino: el hermangiosarcoma. «Es como un tumor maligno de los vasos sanguíneos».

«La esperanza de vida con el mejor tratamiento es de entre tres y seis meses, por lo que sin tratamiento los perros morirán en unas pocas semanas —señaló Modiano—. ¿Cuáles son, entonces, las posibles soluciones? Pues bien, una [posible] excelente solución es que efectivamente se puede prevenir esta enfermedad si se detecta el cáncer en una etapa lo suficientemente temprana, de modo que nunca se convierta en una verdadera enfermedad».

Además de la validación de los estudios diagnósticos que desarrolló para identificar las células cancerosas circulantes, demostró la eficacia de un «fármaco no tóxico y muy seguro que parece matar las células del hemangiosarcoma al atacar, aparentemente, las células que inician el tumor».

Este tratamiento, que es una toxina modificada conocida como eBAT, se dirige a las células que expresan uPAR o el receptor de crecimiento denominado EGFR. Los altos niveles de estos dos receptores también se relacionan con varios tipos de tumores humanos.

Al igual que la inmunoterapia de Dow, eBAT también «parece apuntar con bastante eficacia a las células inmunitarias inflamatorias presentes en los tumores, y parece convertir el microambiente en algo que a los tumores no les gusta», advirtió Modiano.

Ya se han tratado cincuenta perros en dos ensayos clínicos. En un ensayo, casi el 40% de los perros sobrevivieron al menos un año, en comparación con solo el 16% de los que recibieron el tratamiento estándar.

«La supervivencia es verdaderamente muy buena: al año y medio había un buen porcentaje de perros vivos que de otro modo no lo estarían —dijo Modiano—. Y un año y medio para un animal que vive diez años es algo bastante bueno, así que con esto estamos marcando una diferencia».

Este novedoso tratamiento también significa una notable mejora con respecto a los efectos secundarios.

«A mi pastor alemán, que goza de buena salud, le daría tranquilamente este tratamiento y definitivamente no querría administrarle la quimioterapia estándar».

Pero lo que realmente entusiasma a Modiano es la posibilidad de combinar el método de detección temprana con su innovador tratamiento con eBAT para prevenir la enfermedad, objetivo a perseguir en un próximo ensayo clínico. «El motivo principal de la detección y prevención tempranas es que estos tratamientos van a ser más eficaces antes de que el tumor sea efectivamente un tumor».

«Vamos a aplicar estos tratamientos en perros sanos, es decir que son perros que corren riesgo pero aún no tienen la enfermedad. Les sacamos muestras de sangre y, si se detectan estas células de hemangiosarcoma en circulación, los dueños pueden aportar alguna ayuda financiera a la Universidad de Minnesota y traer a sus perros para que los tratemos con eBAT, para luego analizar si las células cancerosas circulantes desaparecieron».

Dado que el hemangiosarcoma es poco común en los seres humanos, esto es «una prueba más de que se pueden hacer cosas —destacó Modiano— y permite comprender cómo puede aplicarse esto para otras enfermedades mucho más comunes».

«Tendremos tres mil historias de estos golden retrievers»

«Hoy escuchamos debates científicos maravillosos —comenzó diciendo Rodney Page, médico veterinario y director del Flint Animal Cancer Center de la Universidad Estatal de Colorado, en una de las últimas charlas del simposio—. Sin embargo, hay un concepto general sobre el que no hemos hablado aquí».

Si bien los esfuerzos de Modiano se centraron en la prevención del cáncer en perros que, de acuerdo con las tendencias históricas, probablemente lo contraigan, el ambicioso proyecto analizado por Page («estudio a largo plazo de unos 3000 perros golden retriever, desde el nacimiento hasta su muerte») busca profundizar aún más nuestros conocimientos. Quiere saber qué tipo de factores causan la enfermedad en primer lugar.

Además de tomar muestras biológicas (entre otras, muestras de sangre, ADN, pelo, orina, heces y uñas de los pies) de cada perro cada año, los investigadores también buscan determinar cómo inciden en su salud los factores externos, como la calidad del aire, del agua y la exposición a pesticidas.

«A lo largo de la vida de los perros, cada año recopilamos información sobre su actividad». Una vez terminado, «tendremos tres mil historias de esos golden retrievers, qué les sucedió, y la mayoría de las muestras que necesitamos para responder preguntas».

El estudio en curso está completado en un 30 %. Aunque hasta ahora han muerto 62 perros, también han nacido 800 cachorros de golden retriever nacidos de los participantes del estudio.

«A lo largo del estudio es posible que tengamos tres o cuatro generaciones», lo que arrojará luz sobre la incidencia de los diversos factores en los perros y sus crías a través del tiempo. Los conocimientos adquiridos podrían tener implicaciones de amplio alcance y permitirnos no solo proteger mejor a los perros de ciertos peligros para la salud, sino también utilizar ese conocimiento para mejorar la salud de las sociedades humanas.

Por ejemplo, señaló Page, «si identificamos una determinada exposición a metales pesados en una región y tratamos de mitigarla con una estrategia en particular, entonces quizás se pueda demostrar, con relativa rapidez, que esa estrategia funciona y que podría ser útil en poblaciones humanas similares».

Más allá de un proyecto en particular, Page también se centró en cómo mejorar los esfuerzos generales para avanzar en los estudios del cáncer canino y luego usar esos conocimientos para ayudar a las personas.

«¿Cómo se plasman rápidamente los datos de unos pocos estudios en un trabajo significativo que convenza a las personas o agencias de seguir adelante con los ensayos clínicos en humanos?», planteó Page.

Para ello, «necesitamos estar preparados para lograr buenos resultados, y parte de ello es contar con asociaciones y celebrar conferencias importantes como esta».

Además de comunicar las valiosas oportunidades tanto a las comunidades científicas como al público, un proyecto donde se muestre cómo llevar a cabo este enfoque comparativo y que destaque su valor para los expertos en oncología veterinaria y humana ayudará a allanar el camino para otros esfuerzos futuros.

«No son solo modelos, también son pacientes».

Quien mostró un modelo eficaz fue la médica veterinaria Amy K. LeBlanc, directora del Programa de Oncología Comparada del Instituto Nacional del Cáncer y, según uno de los asistentes, la mujer que «convenció a los Institutos Nacionales de Salud de que se permitieran perros dentro del campus».

LeBlanc resaltó que «la investigación basada en datos para ayudar a unir la oncología veterinaria con la oncología humana es absolutamente fundamental», y reveló que el Comparative Brain Tumor Consortium (consorcio de comparación de tumores cerebrales) del Instituto Nacional del Cáncer está trabajando para hacer precisamente eso, integrando completamente al paciente canino en todos los aspectos de la investigación neurooncológica».

Un valioso programa puesto en marcha reúne a médicos, veterinarios y patólogos, expertos en identificar signos de la enfermedad en los tejidos, para alcanzar un mayor consenso sobre cómo caracterizar y comparar el cáncer cerebral entre las especies mediante el análisis de muestras de cada una.

Después de que los veterinarios y los médicos se instruyeron por primera vez con respecto a «qué ven» en sus respectivos casos, pudieron combinar su diversa experiencia para establecer, en conjunto, un esquema de clasificación de los tumores cerebrales. Además, lograron llegar a varias conclusiones importantes con respecto a las diferencias específicas de las especies.

«Lo que presentaron fue realmente interesante», dijo LeBlanc, y agregó que hubo ciertos momentos en que descubrían algo y decían ‘bien, esto es algo importante, debemos analizar por qué puede estar sucediendo’».

A pesar del enorme trabajo que requirió conseguir todos los tejidos y prepararlos para su análisis, LeBlanc estaba realmente encantada con la colaboración.

«Este es un ejercicio que, aunque es meticuloso, extenso y costoso, fue fundamental para lograr la aceptación. La mejor manera de hacer que las personas trabajen en conjunto es cuando aprenden una de la otra» —dijo LeBlanc—. Ese fue el punto clave, cuando pudieron hacer algo, mostrar y contar, y sintieron que estaban todos en el mismo equipo y que todos tenían algo importante que compartir».

Para el futuro, «además de un método claro de clasificación de enfermedades complejas, ahora tenemos una hoja de ruta para trabajar con otros tipos de tumores».

Más allá de una «inversión significativa para tener más diálogo —LeBlanc propuso que— los esfuerzos para formar equipos sean la parte central del trabajo. Por ello, debemos seguir tendiendo puentes entre la oncología veterinaria y la humana. Tenemos que seguir manteniendo los más altos estándares para ese trabajo, así como el máximo nivel de atención [para los perros] porque son parte de una familia».

«No son solo modelos, también son pacientes».

¿Hacia dónde nos dirigimos a partir de aquí?

Ante todo, los avances presentados en el simposio inaugural del Penn Vet Cancer Center deberían ser buenas noticias para todos los dueños de perros: hay personas increíblemente brillantes que están explorando diversas formas de salvar a los perros del cáncer. Pero es importante recordar que no pueden hacerlo solos; necesitarán la ayuda de los dueños de los perros y de los mismos perros para poder dar respuesta a las cuestiones más importantes y realizar avances significativos.

Desafortunadamente, todavía existe una acuciante falta de sensibilización, que ha llevado a una escasa participación en oportunidades clínicas importantes y muchas veces valiosas.

«La inscripción en los ensayos y el cumplimiento de estos es algo que no me deja dormir. El 40 % de los ensayos no se terminan debido a la falta de pacientes inscritos —explicó Page—. Tendremos que cooperar muchísimo y estar muy abiertos a los nuevos modelos de identificación, acreditación e inscripción de pacientes en ensayos clínicos para poder hacerlo».

Muchas instituciones, como el Penn Vet Cancer Center y el Flint Animal Cancer Center del Estado de Colorado, han comenzado a hacer precisamente eso. Para fomentar la participación en estos estudios innovadores, en muchos casos se les ofrece incentivos útiles a los dueños de perros, que si bien muchas veces varían de un ensayo a otro, el costo de los medicamentos experimentales casi siempre está cubierto y, en muchos casos, también se brinda atención y tratamiento a largo plazo. Además, de hecho, el perro recibe un medicamento de última generación que puede salvarle la vida.

Y, como ya se mencionó, los beneficios de estos ensayos clínicos en perros van mucho más allá de los perros que participan. También son la base para promover el campo en su conjunto y transformar la perspectiva del tratamiento del cáncer en perros y humanos en general.

Un componente clave de muchos de estos últimos esfuerzos es el énfasis en la ciencia básica porque, como dijo Vonderheide, «un ensayo clínico es insuficiente a menos que venga de la mano de una profunda revisión científica de lo que ocurre biológicamente».

Al examinar cómo funcionan determinados tratamientos y bajo qué circunstancias, conocemos más de la biología del cáncer y de sus interacciones con el sistema inmunitario. A su vez, abre vías terapéuticas completamente nuevas y permite a los científicos desarrollar los tratamientos del futuro y aquellos que verdaderamente pueden transformar el tratamiento del cáncer tal como lo conocemos.

Para que podamos lograr buenos resultados, todo vuelve a lo que Puré describió al comienzo del simposio. «Los problemas que vemos en la clínica tienen que ser el motor de nuestras mayores prioridades a nivel básico en los laboratorios. Luego, llevamos a la clínica lo que aprendemos allí». Esto permitirá a los científicos aprovechar este «proceso repetitivo de mejorar las cosas y luego plantearse nuevas preguntas.

De esta forma, dice Puré, «podemos lograr progresos en la medicina humana, ayudar a llevarlos a la clínica veterinaria y luego usar los modelos veterinarios para facilitar el desarrollo de nuevos tratamientos y estudios en animales que permitan seguir avanzando en la medicina humana».

Todas las fotos son cortesía de PennVet.

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